Por Javier Avena
Hace siete años, para el Día del Amigo, María Palmieri posteó en Facebook por única vez un tesoro que guardaba en la cajita de los mejores recuerdos: la foto con Diego Armando Maradona tomada cuando él tenía 19 años y miraba sonriente a la cámara debajo de sus rulos y a ella, de apenas tres recién cumplidos, se le iba la mirada hacia su padre y también sonreía. “Acá estoy con un amigo de la infancia”, escribió María en plan de broma y despertó respuestas de asombro entre sus contactos. “¡Fotaza!” fue el comentario repetido.
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Fue sacada el 27 de septiembre de 1980, el día después del amistoso entre el Deportivo Roca y su visita estelar, el Argentinos Juniors que lideraba un genio que ya sabía lo que ser campeón mundial juvenil en Japón 1979 y arrastraba multitudes en las canchas argentinas.
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Esa fría noche de primavera en el Alto Valle de Río Negro, el Depo ganó 2 a 1 con goles de Luis Graneros. El del equipo porteño lo hizo Pedro Pablo Pasculli, que sería también campeón del mundo en México 86 y marcaría el gol con el que Argentina derrotó a Uruguay en octavos de final.
¿Qué había juntado a Diego y María, hoy docente y tan maradoniana y fana de Independiente como su papá? El asado en el famoso quincho de Ferrari y Monasterio en Roca. El Diez se levantó en un momento y caminó hacia afuera, como buscando unos minutos de soledad. Fue entonces que vio a María, que jugaba en el patio.
“¡Qué linda nena!”, le dijo Diego a Luis Palmieri, el padre, que se había olvidado la cámara. Por suerte apareció una y el momento quedó registrado.
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“Diego la levantó a upa y después la dejó sobre unos pilares y jugaron ahí un rato”, recuerda Luis, que como integrante de la comisión directiva del Depo fue el anfitrión del plantel de Argentinos Juniors. «Queríamos armar algo que tuviera impacto, por eso elegimos al equipo de Maradona», relata.
Diego y sus compañeros habían llegado por avión a Neuquén y desde ahí siguieron en ómnibus hasta Roca. Tras alojarse en el hotel, fueron a almorzar a El hueso perdido. El DT de Argentinos, Miguel Ángel Zurdo López, entró a la cocina y pidió que no hubiera chacinados en el menú, solo churrascos y ensaladas.
Palmieri se sentó en la cabecera y desde ahí, al lado de Diego y Pasculli, observó como las ventanas se iban cubriendo de cabecitas hasta quedar tapadas: todos querían ver a Maradona. El mozo se acercó y le habló directo al Diez.
“¿Qué vas a comer, Diego?”, le preguntó. “Claro, nosotros somos de palo”, se escuchó desde las otras mesas de los jugadores entre carcajadas.
Cinco detalles del 10
Del almuerzo, Luis recuerda en especial cinco momentos. El primero, cuando se acercó a Maradona para preguntarle casi al oído quién era el otro jugador, para no quedar mal. “Es Pasculli, lo trajimos hace poco de Santa Fe. Va andar muy bien”, le contestó.
El segundo tenía que ver con que se acercaba el partido con Boca, ese que entró en la historia por aquella famosa frase del Loco Gatti. “Maradona es un gordito”, dijo y Diego le clavó cuatro en la cancha de Velez, uno mejor que el otro. Pero antes de eso, aquel mediodía en Roca, Luis le preguntó al Diez si estaban preocupados por jugar contra los xeneizes. «No, los que están asustados son ellos«, respondió.
El tercero, es que Diego tenía curiosidad por saber el estado de la cancha del Depo. “Y, tiene partes de pasto pero está bastante pelada”, le contestó Luis. “Si está parejita no hay problemas, el tema es evitar las lesiones”, dijo Maradona.
El cuarto no es una frase, es una sensación. “Estábamos todos pendientes de él, pero Diego estaba tranquilo, humilde, integrado, se prestaba a la charla sin problemas”, cuenta. El quinto, que ya usaba los dos rolex de oro, uno en cada muñeca.
90 minutos
¿Cómo fue el partido? La crónica de Río Negro describió un justo triunfo del Depo y que Diego, bien marcado, no pudo hacer mucho, aunque tiró un taco de losm suyos. “Fue así –relata Luis–. Quedó como anécdota que en un tiro libre para ellos nadie le tapó la pelota y él aprovechó para asistir a Pasculli, que metió el gol. Justo a él le dejamos tiempo para que piense... También nos quedó en la memoria los malabarismos antes de empezar”.
Luis y María sintieron el golpe de la partida de Diego. Y se alinean con los que comparten lo que alguna vez dijo el Negro Fontanarrosa. “No me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”.
“Somos una familia maradoniana, estamos todos muy tristes”, dice María. Su marido, el cocinero Ramiro Cassino, es hincha de River pero no pudo evitar llorar y llorar por la muerte de Diego. Tienen tres hijos.
María mira la foto y ve a un Diego joven, puro, acaso sin ningún indicio de todo lo que lo contaminó cuando desembarcó en Europa. Como sea, repite, no se siente con derecho a juzgarlo. Sí es tiempo de dar el último adiós con respeto, de quedarse con el recuerdo de aquella vez que Maradona pasó por el Alto Valley jugó un rato con ella, de la sonrisa de su padre cada vez que charlan de aquel mediodía en un quincho de Roca.
En la ruta del 10
Alejandro Palmieri, hermano de María y vicegobernador de Río Negro, también tiene un recuerdo inolvidable con Maradona. Fue cuando viajó con un equipo juvenil del Deportivo Roca a Italia en 1987, pasaron por Nápoles y Diego accedió a posar con todos. Además de él, estaban Pablo Ramírez, José Rodríguez, Nelson Silva, Juan Jalil, Luis Yañez, Martín Barrientos, Martín Damboreana, Daniel Martínez, Carlos Gutiérrez, Carlos Gauna, Pablo Pomar, Julián Pawly, Luis Rojo y Maureira.
Su padre, Luis, en un viaje a Nápoles estuvo a punto de ver al Diez en el gimnasio privado al que concurría, pero una demora de último momento lo dejó sin ese encuentro. Tiene en custodio la famosa camiseta celeste del Nápoli de su hijo, otro tesoro familiar.
«No saben lo que se están perdiendo”. Luis recuerda esa frase que los napolitanos pintaron en el cementerio y los rulos de Diego en imágenes por toda la ciudad. “Nadie puede aguantar la presión que Diego tiene aquí, debería irse”, le dijo el profesor del gimnasio. Corría 1987, Diego había ganado el primer scudetto en Italia. Ya era leyenda.